¿Para que me rescataste?
si lo único que he hecho es fallarte...
No entiendo Señor,
no entiendo porque con tanto amor,
cada vez que decaigo,
me levantas y restauras nuevamente,
no entiendo porque me amas
con ese amor eterno,
que ni siquiera lo merezco...
Te abandono en un suspiro,
y tu sigues ahí, de pie conmigo
esperando con los brazos abiertos
a que regrese a refugiarme
otra vez bajo la sombra de tus alas...
Me tomas con tus delicadas manos,
y me vuelves a formar,
cual vasija de barro,
en manos del mejor alfarero...
y nunca me apuntas con el dedo,
sino que esperas con tranquilidad,
a que vuelva mi rostro a ti,
y pida el perdón,
que tanto necesita mi corazón,
para volver a estar limpia,
tan blanca y reluciente
como la nieve en el invierno...
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©2012 Marcela Murillo
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