La mirada sostenida
en una luna desdibujada,
que se retuerce, hecha jirones.
Y la noche…si, la noche, muda…
muda y fría… abrazada
a esos páramos sombríos,
en donde se visten los frailejones
con un ropaje de hastío.
La soledad golpea con vehemencia
esa roca coralina,
la que con el sol brilla
y en su interior lleva
el magma adormecido,
estallando al despertar
en volcán enardecido…
dejando un cielo en llamas
cual antorchas incendiarias,
difíciles de apagar;
igual al fuego de mi hoguera
que ardiendo siempre está
y en mi pecho reverbera.
Felina