Le decían el cara de pescado
(ojos muertos, boca abierta),
siempre que salía
se chocaba con la puerta.
Torpe, torpe el hombre!
como pez fuera del agua
si llovía, se mojaba
porque olvidaba el paraguas.
Caminaba como a saltos
y los chicos lo molestaban,
le gritaban en las esquinas
y canciones le inventaban.
Pero el cara de pescado
nunca decía nada,
trabajaba silencioso
y del taller para su casa.
Nadie lo conocía mucho
ni indicio de novia alguna,
unos contaban que de niño
lo rescataron de una laguna,
otros que de un naufragio
y otros que de la luna,
la cosa es que nadie sabía
de aquel extraño, cosa ninguna.
Las vecinas del pueblo
lo querían casar,
pero con una de sus hijas,
eso ni pensar!
Sin embargo se ganaba
toda su amabilidad,
compasión a su idiotez
hablando con sinceridad.
Le decían el cara de pescado
(ojos muertos, cuello con tajo),
un día su patrón
se lo llevó para un trabajo.
Salieron de las pampas
por allá, por Santa Rosa,
hasta la gran Mar del Plata,
escollera en la costa.
Dicen los que lo vieron
que al bajar del camión
el cara de pescado
sollozó de la emoción.
Sus ojos muertos reflejaron
por primera vez, vivacidad,
y se hechó al mar corriendo
sin que nadie lo pudiera frenar.
Dicen que nunca lo vieron
volver a salir del agua,
que se zambulló como un torpedo
y dejó a todos sin habla.
Desde entonces la leyenda
se extendió por todo el centro,
la del cara de pescado
nacido mar adentro.