omu

Dominios del hielo



Negro fuiste, negro te expandiste,
oscuro eres y oscuridad impregnas.
Adosado al gris de rascacielos,
inamovible cuando te permiten quedas.
Pretendes comerte prósperas raíces,
apartarnos del diálogo con el espíritu,
y neutralizar la creatividad del universo.





Dónde marchó el asfalto derretido por tanto roce,
desgastado con la plomiza carga que suponen
enviciados armadores, y enchaquetados e inexpertos,
corruptos fiscales y legisladores.
Las calles se atragantan, sumideros embozados revocan:
los neones caídos, ruedas desinchadas por cristales rotos,
pensamientos en desuso, las botas del peón; y de la huelga:
justas quejas, golpes de porra y mutiladas palabras.


Cómo quemó el asfalto al pegarse,
antes de derretirse compasivo;
cuánto llagó mis pies desnudos.
Y esquivos, los charcos, momentaneamente borraron sus aguas,
se secaron negándose, a ser cura y darme cobijo
a aliviar las heridas sujetas a la costura de mis dedos.
El agua se evadió de los huecos, y con ella,
la información que transportó la lluvia
en su viaje por centurias de siglos.
Transmutada: por plegarias, pecados e ilusorios anhelos,
jamás doblegada ni en el trayecto ni en su caída.
Lejos de salvaguardarse; el agua no huye,
se refugia habilmente en los poros de todo aquello que hay.


Y alzando mi vista lo veo,
compruebo que asoma como tristeza: el asfalto solapado.
Revistiendo farolas, de negro apestadas,
apenadas porqué...su luz se extinguió, fue robada de imprevisto.
Y cegadas calzadas tropiezan con bordillos,
dejando sus dientes esparcidos sobre las aceras.


Vivo, sobrevivo olvidado de mi propio dolor,
el cual va desde mi suelo hasta como aguja visitar mi pecho.
Y cuándo subo más mi mirada, compruebo,
ya marchito al verdor candoroso de las hojas,
que se prestó a difuntos y a entierro,
y de tanto plañir, entre respiros, sollozos y ahogos,
exhalando un suspiro, sin ser atendido, exhausto se ha muerto.


A quién impregnaste asfalto,
dime a quién más absorviste.
Podrías -tal vez- dejar intoxicado al revolver,
acallar el disparo, relentizar la bala, demoler las farsas,
para así honrar a todos lo que quedarón por todo ello,
hundidos bajo una cruz o bebieron del fuego,
como ceniza quedando en un sopor hecho de lamentable silencio.
Puedes dejar de servir de funesto tocado
a caramelizadas esquinas que les regalan conversación,
que atractivas salpican juguetes,
y a los chiquillos les enseñan la importancia de compartir,
entre juegos, comunicación.


318-omu G.S. (BCN-2012)