Mi boca viaja más abajo de ti,
donde no existen lámparas,
sino la torre de tu cuerpo
tendida en las orillas de la noche.
Eres el mástil de mis ansias
prisionero aún entre mis noches,
aullido colmado de mi aliento
torbellino sentenciado de luz
entre mis labios.
¡Estos labios vestidos por tu esplendor!
¡Ah, vendaval cercado del ayer!
¡Ah, galopante nardo del silencio,
mástil irrumpiendo en la noche
de mis labios!
Y en las sombras en medio del deseo
sólo queda Dios como testigo,
y tu espada dispuesta a todo,
a todo ese instante que gira
y gira sobre el mar
furtivo de mi lengua.
Mar entre tu mar,
buscando la doble arena
en cada vértice,
en cada rocío
de la noche cumplida,
por la avidez del alba.
Y tan sólo queda de nosotros,
ese rastro despierto del rocío
ardiendo en nuestras sábanas.