Debo haber estado loco,
o alguien me encomendó unos perros...
Pero que sabe un perro de dinero,
o de mala suerte,
qué pensaría si dejaran de hablarle.
Debo haber estado loco,
para parar y cambiar de rumbo
frente al hambre deambulante en la negrura.
Pero no debí haber estado loco,
al margen de la vida
se aprende a existir de otro modo,
en los chiqueros del mundo devorador de hombres
las raíces se hunden,
las flores emergen,
los olores se contraen.
En la línea extendida del tiempo
de lo que está pasando,
un corredor estrecho,
pertrecho y socorrible...
Hay más trampas que conejos,
en esta sidérea hipérbole,
las palomas y faisanes tiran del gatillo,
mientras los rifles se resienten...
Es tal la fuerza de la inflexibilidad,
que por fortuna un pliegue,
en el cual meterse de repente.
No se sea ya más mendigo de promesas ciegas e inoperantes,
que si, es necesario escuchar del otro,
todo cuanto no conseguiría reservar consigo mismo.
Para decir basta no es suficiente un sólo grito,
para gritar no es necesario ensordecer primero,
para callar se debería mover la muerte antes;
y no es posible eso,
de nada serviría desatarse,
para volver a caer en el vacío.
Agarrado al sin sentido,
como quien acaricia los pezones de la duda,
por la región más inconsciente del placer,
se pasea mi locura,
arrastrando trás de si el estupor de la inminente calma...
Va primero el más rápido,
y después uno más sostenido.
Al choque de este tren de impulsos desbordados las emociones,
conciliado el dolor,
repasada la historia.
Se de ahora que estoy preso,
en la perfecta atmósfera incrustada de estrellas,
y es tal la lejanía,
que no alcanza el tiempo para contestarle...
No es posible resultar más irresponsable,
intentar resumir la belleza,
amansar la libertad,
enmarcar el detalle.