No me quites la esperanza de verte despierto,
de verte
soñando en la noche estrellada,
con sueños dulces y eternos
montado en tu clarinete,
soplando tu suerte.
No marchites esa flor que me diste aquel invierno,
aún su aroma late en mi pecho,
desde que pude verte.
No te prives de gozar lo que te entregaron
mis manos,
ni dejes de inflar el globo que suspendido navega,
en el cielo de tu adolescencia.
No te detengas,
pero no obstaculices mi paso hacia tu cuarto en sombras,
la luz que recorre tus venas
alcanza y sobra,
para curarte las tristezas
y regalarte las ansias de una vida buena.
No dejes de querer ser libre,
ni trastabilles un instante,
pero permiteme que sorba ese clamor ingrato que te seda,
que te atrasa y te condena
a un futuro incierto lleno de pesares viejos
y nuevas penas.
Aun no es tiempo, hijo,
que vueles tan alto y tan desprolijo,
aún es la hora de la merienda,
que quieras compartirla
es mi deseo.