Gloria Rivas

Mi Haber Vivido


  “la tierra te duele, la tierra te da en medio del alma cuando tú no estás”



Recordando haber vivido,

trayendo a la memoria

mi  añorado pasado.

Evocando imágenes,

formas, colores, sabores,

olores, haciendo  verdaderos

esfuerzos para recordar  

nombres,  rostros

acciones,  gestos, aspectos,  

portes,  apariencias,

 talantes,  conductas,  gustos,

disgustos,  gente,  hogar y  tierra.

Recordando, invocando

el lugar donde nacimos

o por cosa del destino crecimos

en esa pedazo de tierra

que no puedes olvidar,

porque tuvo y tiene tus raíces

y un mundo de cosas que dejaste atrás.

Evocar lugares, personas,

colores, olores y sabores,

es ir desenterrando

uno a uno los sagrados objetos

que vamos guardando en el viejo

baúl de los recuerdos.

Nombres, sitios,

sucesos, objetos que a veces

asaltan nuestros 

pensamientos….

vuelven una y otra vez para

permitirnos escapar del presente

y regresar al pasado,

en sueños o bien despiertos,

trasladándonos en la nave

del no olvido a nuestro

mejor haber vivido.

Ver por millonésima  vez la clásica

película que coprotagonizamos,

un día en nuestro  haber vivido 

seguir viviendo en el recuerdo

de tantos buenos momentos,

travesuras, andares y pesares,

amores y desamores,

engaños y desengaños,

encuentros y desencuentros.

Invocando mi haber vivido

llega a mi memoria mi calle,

mi tierra bella y santa,

tierra que me duele

porque ya no estoy en ella,

pero que llena mis pensamientos

de un feliz seguir viviendo.

Entonces, agarro los multicolores

retazos de mi vida pasada

en esa tierra amada y

los zurzo y los coso

y los transformo en lienzo

y los convierto

en manto que cobija mis sueños

y mi seguir viviendo

sintiéndome arropada

con el divino aliento

de mis amados padres

que desde hace muchos años

emprendieron  el viaje

que no tiene retorno,

que no tiene marcha atrás.

Mi manto es más que eso,

mi manto es lienzo

bordado de figuras,

pintado de recuerdos

de la entrañable tierra

región maracaibera,

de mi imborrable tiempo,

del tiempo compartido

con mi padre y mi madre,

y con mis cinco hermanos:

Blanca, Ilde, Elio,

Magda y Marleny

y con mis amigos

los Albarrán, los Castro,

los Meléndez, los Hell,

Bracamonte,

los Álvarez, los Rojas,

los Gutiérrez, Cristalino, 

los hijos de Mauricio,

Carmen, Gladys y Jalisco,

que vivían un poquito más allá,

Nemesio y su hermanito Enrique

y  los numerosos hijos

de la viuda Alcalá

10 o 12 casitas habitadas

por familias de buena voluntad,

afectuosas, amorosas, cálidas,

solidarias,

alegres y muy humanas….

las 50 almas que cobijaban,

las matas y los matorrales,

acacias del jardín de mi casa

la mata de manzanita, 

y los frondosos mangos

algunos algodonales,

los perros, los gatos, las palomas,

los gallos y las gallinas

la mata de almendrón

de mi añorado lar. 

En los anales de su historia, 

mi calle fue camino arenoso

bordeado de humildes viviendas,

con rústicos cercados

de madera y alambre

que las separaban de polvorienta

rua  por la que transitaban 

gentes, carros, bicicletas,

vendedores de kerosene,

cepillados, plátanos

y hortalizas, amuela cuchillos,

que tocando la sinfonía anunciaban

su oportuna visita  

los turcos con sus maletas

repletas de mercancía

invitando a las clientas

comprar sus cortes baratos

Mi calle fue y sigue siendo,

aunque lejos de ella esté,

el país de mis fantasías,

escenario de mis cuentos

de mis travesuras

y de mis alegrías.

Fue mi tierra bella

y es mi tierra santa,

en ella aprendí lo que sé

y me formé en lo que soy,

bajo la mirada tierna

y acariciante

de influyentes maestros:

papá y mamá.

Allí crecí, allí reí, allí bailé,

allí jugué,

allí sentí, allí lloré

y allí recé y me enamoré.

 Mi calle fue  llegadero de gente

atraída por la fiebre del oro negro

que les ofrecía una mejor vida,

lejos de sus terruños.

algunos lo lograron, otros no.

Mi calle fue  otrora

pequeño pedazo tierra,

cual isla rodeada de sueños

por todas partes,

habitada por gente

de  buena voluntad,

sana, caritativa, solidaria,

participativa, alegre, cordial,

que vivió como enorme

familia en feliz unión fraternal

hasta que la muerte

y otras muchas circunstancias

lograron separarnos.

Fue en ese pedazo de tierra

donde viví lo mejor de mi vida.

En el pequeño porche de mi linda

vivienda,

bajo una siempre verde planta

de almendrón,

jugué dominó con Elvia, Magda y Nancy 

bailé con Nemesio y Albertico

en nuestras infaltables

fiestas de contribución,

y esperé a mi papá

a las cinco de la tarde

para abrirle el portón

saludarle y brindarle la humeante

taza de café, que mamá con premura

había preparado

para que al saborearla olvidara

su ajetreado día.

En ese mismo porche,

le canté villancicos

al Divino Niño 

y muchos aguinaldos

vi a Juan Pablo entrar

con cuatro en la mano,

tocando y entonando cánticos

de alegría en la tradicional fiesta

de la paradura del recién nacido

Dios Nuestro Señor.

Y fue en esa misma estancia

donde me despedí con lágrimas

hace tres décadas y media

 de lo mejor de mi vida,

de lo mejor de mis sueños,

de la mejor etapa

de mi particular historia,

vivencias que alimentan

mi feliz seguir viviendo

y mi inolvidable haber vivido