Me duele en la carne
que no hablemos el mismo idioma,
que cada palabra sea tumulto
o texto con erratas sin fe.
Si yo digo deseo
me contestas pensamiento,
si digo libertad
me dices posesión,
si menciono al amor
sólo intuyo que me dirás
ayer.
Tuvimos días de sexo y plenilunio,
noches en las que mi cuerpo
se vestía de negro y estrellas,
silencios que se hacían añicos
con el alboroto de la cama,
duetos casi operísticos
de suspiros piel a piel
y las gotas de sudor
eran final de fiesta.
Ahora sólo me quedan
esquirlas de aquellas horas
y un presente que necesita traductor
cada vez que mi voz
sale a tu encuentro para decir:
¡te amo!