La bella revolución del alma,
olvidada en caótica latencia,
dejada aparte como un trasto,
quiere de nuevo emprenderse,
recorrer los canales infinitos
de su valiosa conquista,
en cuanto recorrer las ondas
que al hombre se estrellan
sin entender qué más allá,
cuál es la fuente apasionada,
quién es el hombre grito,
qué respuesta da el eco,
cuántos aires que rebosan
proliferando, tras verdades,
sólo incestos de las lenguas;
proliferando, tras las leyes,
sólo desacatos al hombre,
el bien vuelto de espaldas,
el mal con cara hipnótica,
lo real subiendo como pompa
a la explosión definitiva.
La bella revolución del alma,
inquieta, no es del presente,
es fuego quemado por fuego,
es ser arrinconando la lógica
con un mundo de adentro
que no queremos admitir,
como no admitimos la muerte
engreídos por la ignorancia.
El instinto puro es desobediente,
rebelión de profundos yoes
atrincherados por la vergüenza.
No es del presente la vida,
sino de siempre, batallando
sin descanso en la materia.
La bella revolución del alma
no es síntoma de la piedra,
ni el fin del ser animado,
es la constante proporción,
el equilibrio de lo que hay:
alma, como espejo de energía
que no se sabe de dónde parte.