Después de inspirar mi satisfacción con melodías que ya escuché, me recuesto sobre mi edén de terciopelo y miro el cielo, recordándote. Esta vez sin amor y sin rencores, sólo recordando tu rostro, pensando si de niño algún monstruo logró quizá tanto que llore. Pero tu imagen se pierde entre las estrellas, y con ella mis ganas de sentir. Sentido no tiene estar pensando que muero, y ahora que lo pienso, no supe vivir. Así como la brisa comienza a acariciar mi piel (y en ella se erizan mis ganas) alguien más acaricia tu piel en la cama y bebe el jugo de tu miel. Ya no me importa estar tan sonriente, la luna sabe bien lo que digo; que por estar enojado conmigo me enojo también con la gente. Será que soy un bohemio mal enseñado y mal aprendido a la vez que, como ven, no está acostumbrado a tenerlo todo a sus pies. No tiene caso seguir hablando (me encierro en otro alfiler) si desde ayer estoy pensando cómo hacer para no tropezar otra vez. El precipicio parece estar algo frío y no quiero congelarme, pero esa voz tan cobarde sigue llamándome desde lo más profundo del olvido. Y ahora que todo es tan vacío no queda duda alguna que entre el río, yo, y la luna, ya no existen más desafíos.