Sentada en una mesa pequeña en un restaurant típico, en un viaje de trabajo, (debería decir viaje de placer, placer el tener un trabajo, el placer de ejercer mi profesión, el placer de estar ocupada… es realmente uno de mis placeres), a veces las cosas no salen como quisiéramos, perdí el avión y había que pasar el fin de semana fuera de casa, ya volaría el lunes a primera hora.
En ese lugar reinaba un ambiente familiar, elegí una mesa del balcón, desde ahí podía ver a la gente pasar, a los vendedores de dulces típicos, las bebidas mexicanas servidas en jarritos de barro adornados con un pequeño sarape y un sombrero, las artesanías mexicanas, las bolsas bordadas a mano por las mujeres del lugar, los sombreros, las jícamas con chile, los caricaturistas, los pintores, los vendedores de globos y algodones de azúcar, el organillero, como me hizo recordar mi niñez, veía a las familias convivir, sonreír, caminar despacio , ah y el monje narrando a los turistas las leyendas del lugar… pedí al mesero una cerveza, la tarde lo ameritaba.
La comida un verdadero agasajo, para variar mexicana, el lugar era amenizada por un grupo musical, complaciendo a los comensales desde -las tradicionales mañanitas mexicanas- empezaron a tocar canciones que me llenaron de nostalgia, renacían mis recuerdos.
Escuchaba absorta la música, comía despacio y a veces dejaba de comer al entonar las canciones que el grupo interpretaba, observé a una pareja que se había instalado en la mesa de al lado, esos esposos han de ser como de mi edad pensé, solicitaban canciones como Novia Mia, Linda Morenita, Urge… puras canciones buenas me dije.
Después de comer, pedí un café de olla, servido en un jarro de barro, recomendando al mesero que lo sirviera muy caliente, y es que todo momento bueno de mi vida lo acompaño siempre con un café.
Mi corazón dio vuelcos, cuando escuché al grupo musical que interpretaba la canción “Mi linda esposa “, no pude evitar ver la pareja de esposos de la mesa de al lado, qué ternura y, de reojo, vi que él tomaba las manos de ella entre las suyas y las besaba, a ella le rodaban las lágrimas por sus mejillas, el limpiaba sus lágrimas y besaba tiernamente la frente de su amada, que momento tan más emotivo, después los músicos tocaron otros temas y ellos bailaban como si no existiera nadie más en el lugar, sólo ellos dos.
Yo me emocioné mucho y confieso que no pude con tener las lágrimas… me hubiese gustado ser ella aunque sea por un momento, vivir lo que decía esa canción: “ya nuestro pelo negro de blanco se vistió/ ya nuestros hijos viven su juventud hermosa/ y aún sigo enamorado de ti, mi linda esposa”
Estaba tan absorta en mis pensamientos que no me di cuenta cuando la pareja salió de lugar, yo me quedé un momento más pagué la cuenta y me encaminé a mi hotel, llevaba grabada esa escena. Caminé lentamente por esas calles empedradas adornadas con farolas, custodiada por las estrellas que si se divisaban, sin el smog de la ciudad, al llegar al hotel vi a la mujer del restaurante típico, se encontraba sola y pensativa, sentada en la pequeña y hermosa terraza del hotel, me quedé ahí disfrutando del viento fresco que me despeinaba y refrescaba mis mejillas, la mujer voltio a verme y me sonrió, entonces me acerqué a ella y le dije que había contemplado la escena del restaurante, la felicité y, me preguntaba si estarían ellos celebrando algún aniversario, ya que esa vieja canción de: “Mi linda esposa” me había emocionado hondamente… ella sonrío y me dijo, ¡sí esa es una linda canción! a mí también me emociona mucho, sólo qué “ Yo no soy esa linda esposa…”