Ámame aún cuando distantes estén mis besos
y mis manos no lleguen a tu encuentro,
que si me llamas recorrerá mi nombre
tu hermosura
para caer mansamente entre tus labios.
Ámame cuando duermes, que a tus brazos
llegaré con un suave libar de blanca piel,
en las noches en que brillan los astros
y están en ti los sueños estelares.
Ámame cuando el sol se interne hasta tu lecho,
en su tibieza sentirás la mía y mis latidos,
que quieren ser fogata en tu piel dormida
y quemarse en la dulzura de tu abrazo.
Ámame en tu andar por las sendas
del bosque y su silencio
que sólo interrumpe el rumor de la brisa,
y apenas, apenas, tu pisar en las desprendidas hojas.
Ámame cuando el rubor acaricia tus mejillas
encendidas de versos y del leve musitar
de un te amo que lleva mi voz
hasta tu vera.
Ámame con la calidez del estío y el temblor
del ave solitaria, con la frescura de tus simples
primaveras, que yo habré de agonizar en tu cobijo
para resurgir, riendo y hasta puede ser, llorando.
Ámame con esa mirada que se robó un platear
de luna
y el titilar lejano y sutil de las estrellas.
Ámame a tu modo, a nuestro modo,
que yo me aquietaré en tus suspiros
y tu regazo habrá de ser mi nido.
Derechos reservados por Ruben Maldonado.
Ilustración extraída de Internet.