Tu camisa vibra tan ceñida
a la luz de mi cuerpo.
Mientras peregrina Dios
transparentando el alba.
Y de pronto se convierte en un ala
en busca del refugio
sediento de mis manos.
¡Quizá su propia luz
sobre mi cuerpo!
Mientras tanto la noche
deambula más frágil que el silencio,
aquí, donde aún los espejos
se resisten a ser solo sombras,
al borde detenido de mis ansias.
Y tu camisa se desvanece,
óyeme amor, que tan fugaz se vuelve
como una flecha
que en el aire vibra,
agorera de luz como tus manos.
Y la sigo y la sigo y la persigo…
Sólo para domarla,
poseerla y besarla
con ese aroma a madera profunda.
Pero ella se esconde a veces
entre mis labios, amarrados a la sed.
¡Ay, déjame, que ya la tengo,
aguerrida de inviernos
que lucha conmigo sobre mí!
Y aquí comienza y aquí termina todo:
Que es todo lo que existe.
Donde tú estás mirándome…