Tu santa boca me dió cobijo,
amé tus dientes como escarcha
antecede tierra nevada.
Un sólo roce de tus dedos
eriza mi piel, como frágil mariposa
inicia el polvoriento revoloteo.
Hombre el que me abraza,
niño el que sonríe.
Te doy mi voz para que en canto
la entones, te doy mi palabra
para que dulcemente la pronuncies.
Siento los ardientes dardos de tu
hombril pupila.
Nazco de nuevo, te miro...
envueltos estamos en cascarón soñado.