La luna les crecía a las aves en sus picos,
abanico de nubes y arroyos de grillos.
¡Teníamos mucho de hojas verdes
en la esfinge de la primavera!
Nos desfilaba el crepúsculo en los ojos,
se abría la noche en solitaria agua.
¿Qué fuego nos giraba en la boca?
¿Qué alas en la niebla caían lentamente?
En medio del pecho asumíamos un nido
donde la felicidad repartía su eco,
donde nacían palabras ensanchadas de plata.
Entre los árboles, el amor se nos desprendía,
vagaba su estrella de pasos locos,
en sombras de begonias se cobijaba,
saltaba en lechos de piedras que no duermen.
Tu y yo con trajes pobres de la vida,
con lágrimas rojas en el sueño,
pero el alma de escudos sobreviviente.
Hora sobre hora el tiempo fue sembrando
un mar de naturaleza.