¿Acaso, Dios libertino, oíste
alguna vez al Demonio, llorando
en mis oídos sus blasfemias tristes,
dibujando sus dedos en mi cuello?
¿Viste Tú sus Ángeles al acecho,
con hoces que intimidaban la huída
del recuerdo, con ardientes piedras que
no extinguían y avivaban el fuego?
No, Tú jugabas con los versos tristes
que lloraban mi llanto, Tú contabas
lágrimas y lamentos, esperando.
¿Qué esperabas? ¡Oh Dios, cuánto contaste!
¿Debo agradecerte a ti devolverla,
o al Demonio por no haberla olvidado?