Tú solías esperar al atardecer sentada sobre una silla,
devorabas la piel de las nostalgias hasta rabiar como
devorabas también la de tus uñas.
Yo te miraba y me preguntaba si es que tal vez habías olido
el aroma del universo pues era tu boca una selva afrutada
que hacía estallar a las estrellas para darle vida a mis sueños.
Tu solías decirme que el error mas grande fue darnos cuenta
de que no somos mas que otra especie empastrada sobre este
absurdo mundo,
que algunos vivimos con las manos sujetas por los clavos
de la ciencia que embellecen aún más a los versos que esconden
las primaveras e incluso todo aquello que nos aterra.
Y aquí estoy, sentada sobre una silla repensando tus ausencias,
intentando dar nombre a esas cien mil cosas que no hemos vivido
porque desde que tú no estás el atardecer siempre llega tarde.