Vi como se acercaba,
con sus manitas tibias
la cara me acariciaba...
Al abrir los ojos,
mi niña no estaba
y sentí nostalgia
y un estrujón en el alma.
Miré aquel rincón,
con la poca luz que alumbraba,
era un rayo tenue
que de la luna se escapaba.
Allí, sus juguetes esperaban,
en silencio, con la luz apagada,
tan fríos como el invierno
que mis huesos congelaban.
No pude conciliar el sueño,
los recuerdos de repente
se agazapaban en mi mente.
Y miré por la ventana...
el columpio allí estaba,
la brisa lo azotaba
y la ausencia de mi niña
sembró dolor en mi corazón
y canté esa canción
con la que siempre la arrullaba.
Un cocuyo me alumbraba
mientras salía la alborada
y mis ojos sollozaban
y el sueño no conciliaba.
Debajito de la almohada,
estaba su dientecito,
lo puso allí un ratoncito,
para calmar mi tristeza,
porque mi niña no estaba.
Un hálito muy tibio,
invadió la habitación
de una dulce sensación,
tan cálida como la brisa.
Y me fui durmiendo,
escuchando los gritos infantiles
y sintiendo en mi rostro, la caricia
de unas manitos pueriles.
Felina