Anclada en el nácar , la esperanza.
Que se desnude tu mano,
después de la batalla,
Y que me guie a la fuente
donde la tarde se derrama.
Hendido en las llamas del sueño.
Tus sienes en mis sabanas
Y herido mi tibio gozo
sane tu cuerpo de otoños.
Prendida de estrellas la ilusión.
Espero el signo del destino
para besar tu boca volcánica
Con espuma de mar tierna.
Clavada, entre brisas, mi quimera.
En tus montañas de sal,soy,
Y que calmada, aparezcas
para mojarme de esa imagen tuya
que mi tiempo adora.
Deseo tanto que me nombres,
sí, cuando te crezca por dentro
las flores latentes del amor
porque sin ti, amor…
se muere lo vivido.
Por la otra cara…
Duermo abrazado a un alma
en las ruinas de la mía,
un alma de ángel que sabe de mis alas
Y se desnuda en la sombra de un andén.
Escucho el canto de la noche
Y sus palabras utópicas
me contagian de vida,de verdad,
arriesgándome a pensarla
entre nubes de dudas.
Acaricio su perfume en la distancia
Y en el abismo de la razón
penetra cual corriente de música
arañando suavemente esta médula.
Busco en la rosaleda de su sonrisa
un mural de cielo descubierto
que me ayude a decidir el rumbo
donde la fe no sea monotonía.
Que próximo el murmullo. Que hundido
el resquicio. Locamente. En el silencio
se dispersa la luz de mi camino soñando amor…
Antonia Ceada Acevedo