De luto van las mujeres
por las calles empedradas,
los hombres portan el féretro
de un niño con alma blanca.
Su madre, detrás camina,
serena y la cabeza alta,
no deja entrever su pena
ni su mirada nublada.
Va recordando los días
cuando jugaba en su casa,
despertándose en la noche
y metiéndose en su cama,
abrazándola muy fuerte
y besándola en la cara.
Mamá he soñado que me iba
y solita te quedabas,
me visitó una señora
que de lejos me llamaba,
toda vestida de negro
y con la cara tapada.
Dime mamá, el porqué,
¿porqué, esa señora me llama?
Sólo fue un sueño mi amor,
no tengas miedo de nada,
y se dormía confiado
la cabeza en la almohada.
Esta noche no ha venido
a meterse entre sus sábanas,
y entre sueños escuchó
a su hijo que le hablaba,
adiós mamá que me voy
que la señora me llama,
la de los ropajes negros,
la de la cara tapada.
De un salto se levantó
y corrió hasta su cama,
tendido estaba en el suelo,
abrazado a la almohada,
al lado una capa negra,
muy cerca de la ventana,
viendo un fugaz resplandor
que hacia el cielo se alejaba.