Beso a diario tu sombra.
Beso la huella de tus pasos.
Recojo siempre las palabras que dejaste un día
colgadas de una enredadera,
los capullos de tus besos, tus suspiros y deseos.
Retomo las huellas de tus frágiles dedos
plasmadas en los cristales de una vieja
y melancólica ventana.
Guardo conmigo, el eco de tu andar
entre las piedras de las escaleras,
una vieja banca de madera en el rinconcito aquel,
y tus ojeras secándose al sol.
Sigo siempre el brillo que dejaste de tus ojos,
el latido de tu pecho, y tu hermosa cabellera
que libre ondea, durante tu ausencia,
con la brisa de este mar.
© Armando Cano