CAPÍTULO 10. Más estrellas en el cielo
Con el correr de los días Luz Marina ya estaba convencida que podía ver las estrellas. De manera que todas las noches se apostaba en su ventana y pasaba una y dos horas a contemplar el cielo para ver el hermoso titilar de tantas estrellas juntas, como si quisiera recuperar el tiempo perdido y brindarle a su alma esa bella sensación de luminosidad que produce mirar las estrellas.
Su edad primaveral fue un jardín de bellas flores, allí pudo comprender que en verdad era bella, pues con la llegada de la adolescencia fue que pudo ver las estrellas.
Un día el amor llegó a su estrellada ventana, era su primer amor, que radiante como las estrellas mismas que tanto anheló ver, estaba allí frente a ella, no para deslumbrar sus ojos, sino más bien para deslumbrar su corazón.
Con ese hermoso y tierno amor compartió horas de dulce y tierno romance y compartió también, hermosas horas del cielo nocturno en que la luna y las estrellas eran el marco apropiado para ambos enamorados.
Un amor puro brotaba de sus almas y se sentían solos en el universo, que hasta por un momento se olvidaron del cielo estrellado para dejar escapar de sus ojos, el fulgor de sus propias estrellas.
Luz Marina desde ese día, fue feliz con su amor y sus estrellas, a veces hasta sentía que ambos habían existido siempre dentro de su inquieta alma; ya ni recordaba cuando no podía ver las estrellas.
Y así termina el cuento
de quien estrellas no miraba
y ahora ella, al firmamento,
le regala la luz de su mirada.
FIN.