Abril. Abril en campanadas de tiempo
o en un rojo diamante o en azul moneda,
en la fuente solitaria, en un desvencijado granero.
Te cosecho con la palma nutrida
de mis manos. Huerto, abril.
Rojos minerales, suelo de esperanza.
Aves en las cadenas de su música.
Mi mes con sus planetas de fuego y las rojas
rosas de la vida.
Estoy contigo
abril milagroso.
Estamos bajo tu otoño vigilante,
el amor cosechado nos rinde cual fruto
perpetuo. Mes del amor con puertas
abiertas, donde despertamos mañanas
tras el lienzo de la noche.
Así como las estrellas nos han alimentado,
las raíces de la niebla nos visten,
vamos brincando por todo el mes hasta su último
rincón brillante. Juntamos del camino
temerosos colibríes.
Abril, tu música se hizo oír
cuando recién nacíamos como capullos tambaleantes.
Te oímos también a mitad del viaje,
más allá del borde escarpado, donde vagábamos
con túnicas de recientes humos. Confundidos
con los meses en sus errantes estrellas.
Amor ¿te sorprende mi beso?, me has contado.
Es beso de atardeceres livianos,
con plumas de aves soñadoras,
mi beso te cedo con equipaje
de azafranes y destierros, con el te invito
a mis tristezas y sueños.
Cuando el cuerpo se nos entregue a la impiedad
y el vacío, te recordaré con el abrazo
del abril taciturno,
y pediré que el mes nos arrime sus dedos
de sal y misterio.
Se sentirá la piel como las hojas, el viento
enredará sus superficies desiertas,
cruzará su arco desdoblado por todos los jardines.
Naufragará sus ojos de plata en la pobre casa
en que dormimos.
Abril. Abril, pronto el tiempo te zozobra,
en las arcas del horizonte te disgrega.
Oigo los compases bajo tierra. Quizás las flores
muriendo estén. Abril tiene sus raíces despejadas.