En algún lugar de Irak,
un hombre de paz
tuvo un hijo,
escribió un libro
y plantó un árbol.
Era más o menos feliz
como antes lo habían sido
su padre o su abuelo
hasta que aparecieron
aquellos feroces extranjeros
con sus gafas Ray ban,
sus blends cigarettes,
sus hamburguesas Macdonalds
y, cómo no, sus relucientes armas
estúpidamente inteligentes.
Sin venir a cuento
le mataron el hijo,
le quemaron el libro,
le derribaron el árbol.
En unas pocas horas
calcinaron sin piedad
lo más sagrado de su vida:
su sangre,
su cultura,
su tierra.
De entre aquellas horrendas cenizas
surgió la planta común a este hábitat:
el odio de los fúnebres pétalos.
Quiso matar pero no tuvo valor,
quiso llorar pero no encontró lágrimas,
quiso gritar pero no halló su voz.
Se quedó mudo, admirando al Eúfrates
sentado sobre una roca
en aquel enclave de profetas,
mesopotámico, antiguo como el alfabeto,
entre el polvo de otra ingrata guerra
tan sólo escuchando
el silencio enmarañándose en el oscuro lodo de las aguas,
observando como
la muerte al fondo, en la ciudad,
se abrazaba a aquel triste presente de miseria.
Sonó un bramido de búfalo telúrico en mitad del camino
como un trueno saliéndose de las entrañas de la tierra.
El estallido hizo volar el jeep USA ARMY
como un llameante arcángel de metal.
Un casco fabricado en una industria bélica
sobre las apacibles riberas del Missouri
rodó sanguinolento y humeante hasta sus pies.
Una inscripción en tinta rezaba en su frente:
“ Dios nos ama ”.
Entendió perfectamente el mensaje
mientras su odio se volvía
en el único y verdadero sermón de la montaña.
No había esperanza:
La vida es una broma que nos gasta el Diablo
y lo cierto es que el cabrón posee un fino sentido del humor…
con el yankee siempre
en su abnegado papel de bufón, off course.
Libro, hijo, árbol ¿ para qué ?