PLENITUD
Mi tiempo se detuvo; observo alrededor, nada se mueve;
las agujas del reloj están congeladas e inmóviles.
Veo mis manos, son como translúcidas, parecen de cristal.
Es como si mi cuerpo estuviese bajo el efecto de anestesia.
Intento moverme, no lo puedo hacer, no tengo sensibilidad.
Ahora mi mente se abre paso a través del cráneo,
fuera de mi cabeza, fuera de mi cuerpo.
Comienzo a volar libremente, sin peso, sin dolores,
sin temores, como si fuese suave viento.
Ante mí se presenta toda mi vida fugazmente,
como viendo una película: recuerdos de la niñez,
de la infancia, solitarias intimidades de la adolescencia,
miedos oscuros y traumáticos de la adultez.
Revivo alegrías, penas, angustias, placeres.
Todo es diáfano, melodioso, dorado, como un amanecer.
Me siento en plenitud. Comienzo a acostumbrarme.
Me agrada, es como saborear el almíbar.
Como gozar de los licores embriagadores del amor.
De pronto resuena en el vacío un ruido estridente,
ensordecedor, mortal que me sobresalta. Todo se derrumba.
Es el reloj despertador.