De mi mesa te retiras irónicamente alegre,
al alejarte tus pasos acusan en sus talones
las migajas que pisaste del pan que te comiste a medias,
del que desperdiciaste,
de mi corazón hecho de levadura de cariño.
Cualquier comensal dejaría la propina
discretamente sin ofender a quien lo atendió
en varias monedas que supondrían una buena
compensación por el servicio.
Pero tú no,
supongo que no tenías cambio
ni para tu propia persona y por eso mi mesa
está desolada .
Sólo me queda sentarme en tu lugar y terminar de comer
las sobras de lo que pediste y que te dí,
acompañadas con un té amargo de mis lagrimas.
Y aunque duela a cada mordida recordar,
que las penas
con pan son buenas.