Que mucho sufre el poeta que ama,
Cuando al plasmar sus versos, salen penas de su alma,
Ve salir los episodios ya pasados,
Como el músico que escribe símbolos al pentagrama.
Los versos de un poeta son su arma,
Son los que llevan su grito, hacen lo que otros callan;
Pero por eso es poeta, porque dice lo que siente,
Y sobre en un simple papel su sentimiento derrama.
Así es el que escribe, como el payaso, que canta y baila;
Y se le llama poeta, porque dice, lo que su almohada no habla;
Con versos y líneas que riman, con metáforas o símiles,
Para quien lo lea, diga, que bien domina las letras, dominará sus lágrimas.
Entonces muchas veces el poeta, desconoce que su obra,
La que él creo de sus penas, son consuelo, en otra cama;
Donde alguien llora, escondido, y allí llega el mensaje del poeta,
Que aunque fue tan suyo, alivia a otro, envuelto en páginas.
A mí, a mí, quien me lea que no me llame poeta,
Y si de algo le sirven mis líneas, que las lea con amor;
Porque de algún amor, que hoy recuerdo las escribo,
Pero que no me llame poeta, tal vez piense que he sufrido.
Que lea mis versos y los declame si tiene voz, bajo una palma,
Pero que no, que no me llame poeta, los poetas sufren mucho;
Y si sollozo al inspirarme, es porque pierdo la calma,
Y si el que me lee llora, tal vez es que me coge pena, y así yo no quiero lágrimas.
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José Miguel (chemiguel) Pérez Amézquita