Tan pequeños para empezar a amar
Pero se amaron en la conjugación de la existencia.
Nunca se dijeron nada
Se besaban se abrazaban
Y en ese silencio de besos y abrazos
Tejieron su doliente historia de amor
Que se prolongo en la ausencia.
Un adiós los separó de por vida
Un recuerdo los unió más allá de la existencia.
Una luna que de vez en vez aparecía en el cielo
le decía: ‘‘no te olvides de él, aún te ama’’.
Las hojas del calendario cayeron como hojas de otoño
Un año… otro… y otro y la luna seguía apareciendo.
La niña de mirada perdida en los recuerdos
Se hizo mujer, vivió y tejió nuevas historias.
Llegaron los hijos, los nietos
Las hojas de otoño caían y caían.
Sus cabellos blanquearon
Sus ojos se volvieron cansados,
Sus labios perdieron carnosidad
Y mustios quedaron en ellos
El sabor de esos labios juveniles.
Aquel amor que fue posible
En la osadía de dos niños
Se volvió imposible en la madurez de dos adultos.
Pero fermentó como un gran vino
Que solo en el recuerdo
Llena sus copas y levantan para el brindis
De aquel amor callado, añejo y constante.