Redoblaban ya las campanas
y ya el llanto de la viuda se calmaba;
el hombre en la muerte se marchaba
a soñarse hierba y polvo hasta los huesos.
Lo llevaban sus hermanos y un amigo,
sus dos hijos le lloraban la pobreza que dejaba.
Vestido de muerte se marchaba
lentamente hacia el olvido;
se perdería aquel hombre bajo tierra
adornado, primero, por las flores
que se contagian de la muerte,
más tarde por la hierba que se siembra en el olvido.
Redoblaban ya las campanas
y, desde un lado del camino
que llevaba al cementerio,
una lágrima muda por secreta
prometía frescas flores cada día.
Una niña pequeñita,
sin saber que era su padre el que dormía,
al ver el rostro humedecido de su madre
que lloraba al que se iba, preguntaba
“¿Qué te duele, madrecita?”