Era un sueño de un cactus solitario
que vivía allá en la montaña,
con el alma dormida y el corazón vacío
sin amor ni ilusión, solo existía.
Una mañana cuando el sol nacía
divisó en la cima una princesa,
una retama en flor en mes de mayo
cuya beldad lo convirtió en cautivo.
Él, vestido de espinas y de alma huraña
ella delicada, fina, de singular belleza
de sonrisa tierna y de dulce mirada,
muy felices vivieron su delirio.
Pero una tarde de negros nubarrones
un rayo despertó a la princesa
y volvió a mirar con otros ojos
y todo el amor que había florecido
se marchitó en ese mismo instante.
Hoy el cactus la espera en el paraje
hasta ver marchitado su pellejo,
porque ese amor por el cual vive y muere
es el único sustento de su vida.
Aunque pase invierno tras invierno
él nunca ha perdido la esperanza
de sentir su piel y su fragancia
y no podrá morir sin ver de cerca
a esa flor que es su amor imposible.
La espera y sólo dejará de amarla
cuando su sabia seque y solo quede
un tronco seco en aquella ladera
y al cielo parta el alma enamorada.
Eugenio Sanchez