POEMA DE OSCAR CASTRO
OSCAR CASTRO - Viaje del alba a la noche
AUTOR : OSCAR CASTRO
A Raúl González Labbé
Habría que empezar de nuevo.
Partir de la raíz del indio.
Ir al origen puro sin conceptos ya hechos.
Sólo así encontraremos la América no descubierta,
la América del vientre claro y los jocundos pechos,
la América con su propio idioma cantador,
galopando su libertad de yegua joven bajo cielo.
Tenemos cuatro siglos de invasiones.
No sabemos usar nuestros ojos.
Pies extraños caminan por nuestras heredades.
Extranjeras palabras definen gestos nuestros.
Oro, cobre y sudor americanos
-amalgama de gritos y protestas-
surcan el mar en barcos de incomprensibles nombres.
América. Digo: la América de los bananos,
y los cafetales, y las caucheras y los minerales.
La América que pare abundancia.
La América de los grandes ríos y las montañas grandes.
El Nuevo Mundo que amamanta el mundo viejo.
La tierra en que mis hermanos los parias tienen hambre.
La América, si, la América quo no necesita nodrizas,
porque bebe leche de cielo en la cumbre del Aconcagua.
No la escolar América sabida por los mapas:
tierra tatuada de nombres y colores,
partida en Panamá por un canal de fierro
y comida en el Sur por los hielos australes,
sino ésta otra, ésta que nace
en el pétreo filo de los Andes
y cae como un poncho verde a dos mares azules.
Esta que va en mi canto americano,
resonando en el galope del charro,
del huaso, del llanero, del indio y del gaucho.
Esta que va en la espalda del cargador de muelles,
y en la espuela grandona, y en el sombrero floreado,
y en la ojota besada por aguas y tierras,
y en el olor del mate amargo,
y en el lamento de la quena y la trutruca,
y en el aroma de la piña madura,
y en el maíz que ríe con risa de sátiro,
y en el coco y la jícara que recibe su jugo.
Esa es la América, hermanos.
Es pura la mañana. Cantan los pájaros.
Canta el sinsonte y el quetzal es un relámpago.
Vamos a descubrir la América nuestra.
El día agita sus banderas anchas.
Es hora de partir y amanecer.
Partamos.
AUTOR : OSCAR CASTRO
Mi yegua subía, lenta
con firmes pasos de bronce.
La noche de crucifijos
fulgía sobre los montes.
Andaba el agua desnuda
En claras conversaciones
Con los grillos y las piedras
Y las huidas canciones
" Es mala la noche amigo,
y en el monte andan ladrones"
¡Buen viejo!, me lo decía
allá en el campo de trojes
y un sobresalto rondaba
por sus pupilas de azogue.
Pero era buena la sombra
Madura de oros y olores
¿Miedo?, mi yegua era firme
y yo llevaba un revolver en el cinto
y en el pecho, un ancho
corazón de hombre.
Sin embargo, sin embargo,
mi mano sobresaltose.
Cuatro jinetes venían,
Pausados bajando el monte.
Los vi recortarse, negros
Contra las constelaciones.
Mi bestia irguió las orejas
en agudos aguijones
Y la estría de un lucero
Rieló sobre mi revolver.
¡Quién va!
Los vi detenerse,
y mi voz multiplicose
rebotando en los picachos
como en cojín de resortes.
Cruzaba en ese momento
un paso de angostos bordes:
A la derecha, el abismo,
tinta o residuo de noche;
adelante, los jinetes;
a la izquierda - muro- el monte.
Seguí avanzando en la sombra,
hacia las sombras inmóviles.
traspuesto el paso difícil,
me tropecé con sus voces:
- ¿Adónde marcha el amigo?
- Al pueblo de más al norte.
Me esperan mi vieja madre
Y mis hermanos menores.
Los dejé un día de marzo;
Cinco años van desde entonces.
Ancha mi voz y serena;
La suya opaca y de cobre
Miré brillar las pupilas
en un fulgor de emociones.
- Acompañaré al amigo
hasta que trasponga el monte.
Cinco jinetes tomaron
Rumbo a las constelaciones
Bajaron cinco jinetes
Con firmes pasos de bronce.
Cuatro pararon de pronto
Y el otro siguió hacia el norte,
Después de estrechar las manos
Tendidas de los cuatro hombres.
Clareó mas tarde en el cielo.
Amanecer de limones.
Palabras de agua liviana.
Pájaros madrugadores
Cerca, maitenes y boldos;
lejos, Rancagua y sus torres;
y entre sus casas, mi casa,
con ciruelos y parrones
¡y mi madre con sus ojos
de mares y horizontes!
Detrás el recuerdo grande
de un bandido que era un hombre.