En esas calles he vaciado mi camino
las nombro sin frases
donde copulan las luciérnagas.
A mármol seco se rompe el paraguas de la brisa
hecha de espuma
y diamantino alfiler.
Al taconeo nocturno del alba
de su viejo tejado
barítono
muros encierran la historia
roen el portal del insomnio
en vigilia.
En escalada romería
honra esparcido mural
la calvicie del viento en su lánguida palidez
recoge viajes inválidos de la savia
el enjambre brindis del salitre
lo viejo
y lo antiguo
el hormigón de la vitrina lo escondo en la camisa.
Y por encima del atrio
escucho estantíos
de su huesuda enramada
en flecos.
Y los histéricos suspiros se enjaulan en la noche.
El mestizo campanario
vigía sediento reclama sus ecos
de entre su pensativo ropaje de los siglos
está el extraño jardín donde riman los aires cálidos
de su espalda ojerosa.
Son aquellos cerros de estocada zarca de su espina dorsal
corazón de hiedra y embajadas de agua miel
de brebaje y de pócima
a gélido soplo he bebido.
El ángelus bastonea auras entonadas
capiteles albinos
y en cada hora el caracol baja por los vientos hinchados
y se detiene en la casa de Lázara Meldiú
y ella escucha el hambre, la abstinencia en sus calles amplias
y Donato Márquez sabe de la ubre contaminada que se quema en la obscuridad
y López Muñoz protesta una oración de entierro.
El pergamino relieve
se mece en raudal suspiro
trunca en vértice hoyanco
de sus arroyos.
Grazna un fétido oleaje
un lomo de pájaros comen sus vísceras
crónicas de apellidos testamentarios.
Se entrevista el tiempo
Se entrevista mi pasado.
Me asomo en sus faldas de palma
húmedas de recuerdos
donde apago el candil.
Y un manojo de neón claro
tiembla en raudal líquido en llamarada
cuando en la distancia se muele un vellón blanco del amanecer.
Escucho el ronroneo de la aurora: esquirla en la guedeja
mechón desde la oquedad abultada
collar de su anemia en diálisis
lúgubre asfalto inframundo
en que despierta mi ciudad.
Bernardo Cortés Vicencio
Papantla, Ver.