Encontrarse con el nacimiento del sol
bien vale el esfuerzo madrugador.
Salir a la cascada de estrellas heladas
y hacer encender el rumbo bajo la tibia mirada…
Correr si es que el lanzamiento de la luz
pretende llegar antes a la cima.
Arder en el cuenco donde acaban de despertar
y se vuelven una
sensación de haber perdido la piel
y de hallarse desnudo ante las puertas del cielo.
Ganas de correr hacia las afueras del mundo,
ganas de perder el poder de imaginar otra tierra.
Ganas de ganar la paz que colorea los pensiles monteses.
Ganas de no dejar de volar
de tocar con las manos libres
el corazón a salvo de apagones…
¡Qué me quema!
Que con tan poca lumbre consigue iluminar
el rincón donde crepitan razones para la felicidad.
¡Qué me lleva!
Que con tan imperceptible movimiento
alcanza a remover la pulpa
y vuelve jugo mis deseos.
¡Qué me espera!
Que con tanto espacio y tiempo emancipados,
pareciera no servir más que para ir lejos.