Sobre una roca humedecida
por la bruma de los mares,
se encontraba una sirena
por el suave oleaje mecida,
acariciaba su cabello
oscurecido por la noche
y tarareaba una canción
con mirada adormecida.
Sola entre el mar y la playa
observaba el firmamento
donde las estrellas brillan
y la ilusión encalla,
sus ojos renegridos
parloteaban con las olas
y la brisa marina
envolvía su talla.
Cola de pez hermosa,
verdes tornasolados,
perlas lilas al cuello
y piel de seda espumosa,
la plata de los reflejos
del agua daba en su cara,
cual muñeca de porcelana
se erguía sobre la roca.
Latía con la marea,
tan seria se preguntaba
si acaso en el horizonte
su barco apareciera,
había pasado el tiempo,
se gastaban las escamas,
pasaba el cuarto creciente
y la quinta luna llena.
En su pecho atesoraba
el collar con relicario
que él le había dado
y entre sus senos colgaba,
jugueteaba con sus dedos
abriéndolo y cerrando,
del horizonte sus ojos
nunca se separaban.
Noche de paz en el cielo
con luceros y nubes claras,
al llegar el primer haz de luz
lo escudriñó con recelo,
se hacía día en el mar,
se deslizó hacia las aguas,
las gotas de espuma blanca
disimularon su desconsuelo.
Partiendo hacia lo profundo,
lenta mirada al sol,
una mancha de negrura
su descenso detuvo,
cuatro velas izadas
le batieron el corazón
y en un salto se zambulló
hacia el barco de casco oscuro.