A Juan Vidal Fraga, in memoriam
Suele ocurrir que nosotros,
los que vemos un poquito más allá
de lo establecido, vivimos cautivados
y tenemos ganas de versificar
por imposibles y por pasiones distantes
y por sabe Dios qué más.
Ella, tan compleja que parecía muy simple,
fue el gran gusto del momento,
la caricia demente del final del verano,
fue un soplo de felicidad
del que no te puedes enamorar.
Como siempre: la observas, la elevas,
la amas poco más de 30 segundos
y te ves más perdido que un difunto
en un parto de trillizos.
Ella –suspiro-, una de tantas mujeres
que se hacen bellas a medida que piensas
en la vehemencia eterna,
me hizo calibrar el ritmo de mi ceguera,
hizo que me vistiera de gala una vez más,
para luego perderla, sin más ni más.
Pero, amigo, suele ocurrir que los poetas
nos comportamos como tales,
ya sabes, como poetas.
Y he de decir que valió la pena y la cabeza,
siempre vale la pena amar hasta poder amar,
aunque sólo dure 30 segundos y 900 días
en coma sentimental y un ojo morado
a causa del brusco golpe
y un poema de amor agridulce
que ahora intento escribir de la mejor
de las maneras, dejando a un lado
las más ásperas lamentaciones.
(Del poemario “Neurosis Tremens, año 2005)