Eduardo Urueta

Sonetos que te di en mi muerte


A Ricardo Vladimir,

grandísimo amigo mío.

 

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Cuando tú quisieras encontrarme,

aunque no te prometo mi presencia,

ni la fortuna que te di con ciencia;

súbete a las alas de cualquier ave.


Ya tú sabrás lo que la muerte sabe

y pensarás mejor de la existencia,

pues nada es, faltando el cuerpo, la esencia.

Para sentir amor, ardor: la carne.


Te devolveré, si nos encontramos,

para que sigas sintiendo dolores

y sobre paredes, felicidades.


Por última vez sentirás mis manos.

Saldrás de mi sombra, verás colores.

Ya no, por mi ausencia, serán tus males.


ll

 

Cuando, yo muerto, encuentres buganvilias,

seré en tu presente y en tu cara de luto,

esa hermosura de flor dura -y puto-

la que te enamoraba y tú sabías.


Cuando me llores siempre en mi capilla

serás víctima de mí y habrá susto,

luego en tus manos sentirás agusto

especie de fantasmas de semillas.


Y sembrarás, encima de tu miedo

y en la humedad que a todos nos dispara

con la esperanza de llegar al cielo,


en el relámpago; la flor rosada

y esperarás la muerte desde el pelo

y con los ojos cerrados en tu almohada.


lll


¿Te acuerdas de ese ruido de la lluvia,

cuando corrimos hacia Bellas Artes?

Si lo tienes presente, aquí te partes;

pues ya no soy Ciudad, soy Muerte Rubia.


Mis venas son huecos, parecen gubias

quietas, plateadas, hundidas edades.

Y la nostalgia en anualidades

será presente en dibujo de jubia.


Pero si de mí un recuerdo nocturno

te matara hasta la Frida engendrada;

tendría razón mi muerte, tu memoria.


Regresaría tu pensamiento puro.

Tendrías sonrisa distinta y abonada

y no defunción sino tu victoria.