Enjaulado en el paso errante, detenido en la voz quebrada, cual espadachín sin espada, al cruzar lo fugaz de tus palabras, y el beso vomitado de tu recuerdo, -sí la incesante luz de la fotografía quemada- anuncia los despojos de mi alma, en el retrovisor los caballos corean los cantos del amor, y yo, en mi antro coreo la cerveza y el vino añejo en mis venas; con la obra psicodélica de "The Doors" y unos clásicos de "Deep Purple" pensando en el guijarro de una herida fermentada en lo dulce de tu entrepierna.
Cual felicidad es tenerte; en mi boca con tus nombres, tantos que he perdido las claves para seducirte y a punto de tropel enredarme con tu cabellera; cual oscilación de tu boca con mi sexo, y mi voz con la hendidura de la luz,
cuando abro una puerta al cielo...
Ni siquiera la muerte puede explicar la muerte de morir en la vida muriendo tenerme y tenerte cuando somos dos erradicados en el silencio, de más ausencia: más deseo, y de más locura: más placer: al fusionarlos cuando da las doce y el reloj se compromete a martirizar la fecha casual de conocernos.
Vil recuerdo, recuerdo vil al conocerte otra vez.