Podemos, ahora, compañera,
dejar a un lado los trastes de la muerte;
tomarnos tranquilamente de la mano
y en ellas, por un instante, izar nuestra bandera.
Olvidarnos, por ahora, compañera,
de los hórridos afanes del combate;
echar a caminar despreocupados
del miedo, del sigilo y el acecho,
y podernos repartir, sin la codicia,
la tremolante lejanía de los astros.