Caigo... en brazos de ésta noche;
caigo, como la noche misma,
Una noche tan hermana
de la que te tuve entre mis dedos,
y, sin embargo, tan ajena.
A veces, a veces las noches que perdimos
regresan huérfanas
a pasar el invierno conmigo
y yo las cobijo,
les doy de beber mi boca y y mis huesos,
y ellas, sedientas de ti,
beben sin saber que sólo soy
lo que queda de nosotros.
Soy yo, lo que queda, mi querida ausencia,
soy lo que queda y el que se queda, de igual forma,
a presenciar,
junto con las estrellas
y la luna (ya sea llena o vacía)
los rasgos de tu partida:
la cama tenida, las paredes calladas,
mi boca estática y el cuerpo sabiendose
féretro mortal del alma mía...
Alma mía ¿En que noche te quedaste?
¿En que fresca y clara noche?
Todas se ven tan igual,
pues cierto es que la noche
no comprende de ausencias;
ella sigue llegando tan radiante
y dispuesta como cada noche lo hace.
A veces, el cuerpo
(que de igual forma que la noche,
ignoran cuestiones de hormonas y sentimientos)
me aconseja que, sería mejor dormir...
¡Oh, que ganas de dormir, y que falta de sueño!
(Es por eso que odio
que el despertador me interrumpa
cuando fingo estar muerto)
Y ya vez amor... no sólo tú me haces falta.
Ahora, que tengo nada (incluyéndote)
me da por ponerme a juntar las noches
en una poesía
que te deja ver como si fueses utopía pura;
eres mi utoía favorita.
En noches como ésta,
te quise
quizá no para siempre,
pero siempre te quise;
te quise de tú alma a mis pies.
¿Habrán encontrado
nuestras noches pasadas,
una muerte digna
para quedarse a vivir en ella?
¿Nos llevaran como lección, como derrota
o como un simple recuerdo?
La noche suelta
dudas y nostalgias
tales como la mentira
que hicimos por igual;
yo, bajarte las estrellas,
tú, estar a mi lado.
(Ésta noche
que tanto se parece a la de ayer,
amenaza con volver mañana
con todo y sus ausencias...)
Y tú ahí, durmiendo sin desmaquillarte,
fornicando,
fumando de madrugada,
llorando de emoción;
Despreocupada,
sin saber que yo
(con todo y mis múltiples noches)
te hecho tanto de menos...