Hoy necesito desenfundar mis labios
y descargar a bocajarro la pólvora de mis besos
contra todos mis prójimos,
amigos o enemigos,
transeúntes todos de las calzadas de esta vida,
Quisiera destejer las alambradas,
arrancarles las puntas de sus odios
y dejarlas a oscuras con sus miedos,
sin opciones de faroles o luciérnagas.
Revocar los muros, las paredes,
abrir las cerraduras de las puertas
con una llave de sol o de jazmín
y recorrer los aposentos de mis otros
con una tromba de amor sin prejuicios.
Ya sé, me doy cuenta y soy consciente
de que somos unos pésimos humanos,
hipócritas que ensayamos
simulacros de amor ante el espejo
para consumo exclusivo de nuestro ombligo.
Nos viene como un traje a la medida
este tiempo tan ególatra y mezquino
propicio a explotaciones y explosiones,
este mundo cada día más mediocre
donde Dios cada vez existe menos
como un heliotropo sin luz en la penumbra
pero esto no es óbice
para que de repente, me entre un ataque ternura,
con espasmos de cariño en mis fundos,
con sumas de cánticos y gozos
en medio de una calle en hora punta
y por lo tanto, necesite desbocarme humanamente
como un equino de diez dedos en sus manos,
con su kilo y medio de cerebro
hasta esos cuerpos que me son, por lo común, indiferentes,
hasta esas multitudes de ojos y orejas
que, por lo general, ni me miran ni me escuchan
para personalizarme seriamente en sus agentes,
para rodearlos con mis brazos de ser vivo
y decirles a un milímetro de sus rostros
que a pesar de resultarme tan extraños
y, a la vez tan sobradamente conocidos,
los amo en un alto porcentaje, mayor de lo que piensan,
y que nunca es suficiente el amor que se declara,
el amor que expele nuestro aliento
cuando está en juego el lado más hermoso de la vida.