Me niego a ser aminorado o reducido
a un ser compuesto de horas extras,
destituido de mi papel de ciudadano
hasta un grado de productor sin vacaciones.
Me niego a ser un depósito de insomnio a plazo fijo,
una plusvalía de lágrimas y sudor
mientras la vida se me escurre
haciendo cuentas para llegar a fin de mes.
Me niego a ser tratado en compraventa,
como simple mercancía de dolor,
a que se anulen las operaciones de mis sueños
y que nunca se lea la letra pequeña de mi alma.
Me niego a abaratar mi ser humano,
a que dispongan y reordenen mis neuronas
para así extirparme el lado crítico
con el fin de atornillarme a su sistema.
Me niego a consumirme en el consumo,
a envejecer como un objeto deshechable
entre trastornos inflactorios de amarguras.
Mi valor como hombre no depende de una bolsa,
mi dignidad no varía si suben o bajan sus acciones
por eso detesto los teoremas económicos
de los nuevos Torquemadas ,
centuriones del santo oficio mercantil, capitalista,
defensores de los dogmas de la usura
que tanta sangre en las guerras despilfarran
para cuadrar sus balances petrolíficos.
Me niego airadamente a que me recorten
el aire que respiro,
el agua que me sacia,
o la luz que me alumbra y que me nutre.
Me niego a que les roben a los niños las escuelas,
a que negocien con la mala salud de los enfermos,
o a que especulen con el pan y la vivienda.
No, yo no soy un pendolista,
ni un mercenario estilográfico,
ni rindo cuentas a un Dios invertebrado
y aunque intenten condenarme al ostracismo,
aunque me expulsen del trabajo y de mi casa,
aunque me quede sin país y sin almohada,
yo seguiré escribiendo en mis poemas
lo que siento, lo que veo, lo que vivo
sin bajar la cabeza como un buey,
sin negarle el saludo a la justicia
porque prefiero plantarme frente a sus fusiles
antes que cerrarle las puertas a mis prójimos.