Amigo, ya deja de ser mi amigo.
Escucha al pueblo redondo de mis dedos.
Jóvenes son, como tú.
Debemos ser iguales.
Tu carne es ascensión:
ágil barro viudo,
desde que lo privado ya no quiso
inculcarte al Distrito Federal
por quien las pesadillas son semillas diarias.
El México doloroso
es tu habitación.
Eres tu propio país
y la granola,
la tierra oscura que planta al sol
y la antología de la clínica y la cárcel
en la que preservas un amor presupuesto.
Amigo, ya deja de ser mi amigo
porque tu nombre es todos los árboles
porque te dedico toda la poesía
porque el pecho se me hizo luna
y loma el corazón
para que en la gastada soldadura
nos defienda la esperanza para que el polvo que erosiona
se condense en lo que aún no somos.
No sé si conocer tu vello
o acariciar tus pies,
después de algún naufragio pálido,
pudieran ser un rencor
o un deseo interminable.
No sé qué tanto
la electricidad sea un campo
cuando tu lengua sea tapón de mi ombligo
o cuando nos rocemos tanto
que el amor sea un callo.
No, no sé qué tanto nos causemos otros.
Sólo sé que te precipitas
y que eres un hondo crimen apasionado que cumple su bastante tierra.
Estoy sin ti en una sandía
Sin ti en los pastos
Sin ti estoy en la poesía
naturalemente
y aunque no estoy solo
los pájaros no tinen voz,
ni un texto de Foucault,
ni los árboles que eres,
ni la sandía que me como;
más que la mía.
Eres mi voz, amigo.