Ella se mira al espejo y se regala una sonrisa.
El se detiene en medio de la gente y siente que todo a su alrededor se mueve tan de prisa.
Ella sale de la casa, cierra la puerta y camina despacio.
El en medio de la ciudad mira hacia al cielo y fantasea con escapar al espacio.
Ella en su vestido blanco parece un ángel que destella felicidad.
El toma el asesor para subir a la azotea y su lado su fiel campanera es la soledad.
Ella pasea por la playa disfrutando de la brisa,
va marcando en la arena sus huellas
y contando aquellas huellas que en su paso se cruzan.
El en la fría terraza contempla aquella ciudad que por ahora es su casa,
mientras su mente juega con él y visiones pasan de los recuerdos a los que su corazón se rehúsa.
Ella usa una sonrisa para ocultar sus lágrimas.
El revisa un momento su pasado omitiendo esos recuerdos que lastiman.
Ella se detiene frente al mar, alza sus ojos y contempla la luna.
El observa el cielo buscando alguna estrella pero no encuentra ninguna.
Existen vidas que se pierden en el destino y no encuentran la salida.
Existen almas separadas, amores rotos e historias divididas.
Amor sin medida, agonía escondida y soledad perpetua que en el corazón se anida.
Todos sonríen al recordar los detalles de cada herida,
pues en la vida al final todo pasa por una razón y las causas siempre están definidas.
A veces, al reflexionar nos damos cuenta que perdimos el mapa y ahora el dilema es ¿regresar o avanzar?
Almas atadas y separadas al azar, confundidas sobre el concepto de "esperar".
Es que al parecer es inevitable no errar, las decisiones pesan pero las lagrimas el dolor ayuda a descargar.
Llorar es de valientes, pues solo los cobardes siempre callan cuando deberían hablar.
Amar, luchar, orar, sufrir y al final perdonar.
El amor es un gigante que nos puede salvar pero también uno tan fuerte que de un golpe nos lograría matar.