Hay barro en mis zapatos
que me pesa al caminar
y el estomago vacío
éstas ojeras de tristeza
y mas delgado que una rama
como un barco hundido
con mis huesos sin carne
y están mis manos apagadas
y mis dibujos estáticos
con la melancolía despierta
en el insomnio canalla
con los ojos muy rojos
y la ropa también sucia
y la barba de antaño
con la pulpa de mi letra
y la letra negra de aburrida
tras el silencio aterrador
de unas manos que se agitan
en la distancia pérfida
en el camino ambulante
foráneo del segundo eterno
con lagrimas en la garganta
y dolor méndigo en el pecho
con pucheros inevitables
y mi camisa transformada
en un caparazón de sudor frío
y la distancia ahora lejos
y la música en Re menor
y el futuro una torre de naipes
en pleno balcón de playa
y la ilusión una mariposa
en el hocico de un lagarto
y la espalda con peso fausto
y un lacre ya sin uso
y otro beso más en reposo
cuando los labios tardan
lo que dura un letargo
en el bolsillo cínico
de los panatalones del diablo
y que no vuelven a los míos
secos de un solo de Chelo
que no eres tu la boca
de una primavera que ya no está
de un octubre que no regresa
si no diez octubres después
y que no es igual
que mira bajo y desconfiado
que craquela la idea
de ser el mismo atleta
que corre patán sin riendas
a decir que no suceda
lo que sucede cuando duele
lo que muere ya oxidado
y el amor pidiendo a gritos
no morir en el intento
y mis ojos ya malitos
que se quedan en el anden
cada vez mas pequeños
cada vez mas sordos
cuando te ven partir.
Blas Roa