En la oscuridad de la noche la luna delinea tu cuerpo y lo baña de un brillo especial, mientras mis ojos siguen extasiados las sombras de tus caderas bailando entre el fuego de la chimenea.
Atónito continuo admirando tu cuerpo envuelto aún en ese bello y largo vestido de satín, el cual en su escote revela la belleza de tu torso, y entre paso y paso deja entrever el hermoso encaje que cubre tu pudor, por un segundo mi mente vuela y se va con el deseo de verte desnuda a mi lado mientras la noche nos baña con su roció.
Cuanto valor más y cuanta osadía requiere este pobre mortal para atreverse a retar al cielo y todos sus dioses para acariciar por un momento la gloria al fundir su cuerpo con aquella cuya presencia evoca la de un ángel puro y hermoso que irradia luz en esta oscuridad.
Sin importar el castigo y sin medir consecuencias, ya mi ser no resiste un minuto más y presto dispongo cada fuerza de mi ser a recorrer cada poro, cada espacio, cada pliegue de su blanca e inmaculada piel. Mis manos se sorprenden con la lozanía y tersura de su piel, mi tacto esta enloquecido con el relieve y la finesa de sus delicadas curvas.
Mi olfato trae a mi un bello aroma mezclado entre jazmín y rosas, y mis labios enloquecen tomando la ambrosía celestial de su boca y probando en cada espacio de su cuerpo el elixir que quizás solo los dioses pudiesen beber.
Recorrer ese cuerpo joven y hermoso haciéndolo sentir y vibrar, marcando cada espacio con un beso y una caricia fue la experiencia mas sublime y solemne que pude sentir jamás, comprendí sin más que después de eso, ya no era libre, y que me había vuelto preso de su cuerpo y su deseo y que cada sonrisa llena de placer que en su rostro se dibujaba hacia valer la pena el hecho de correr el riesgo de perder el alma al enfrentar a los dioses.
Con esa noche sublime selle mi carta de amor hacia ella y le entregue mucho más que mi cuerpo, pero al despertar creí enloquecer al ver que todo había sido real, y que ella seguía ahí con migo, reposando tranquila y extasiada abrazada a mi pecho.
Finalmente debo contar que el sol envidioso, llenaba la habitación, tratando de ver más allá de su hermosa pierna, que revelde escapaba de la sabana que nos cubría, iluminando las cenizas de una chimenea que aún guardaba entre sus brazas el calor de la pasión de aquella hermosa pero corta noche y con esto sello para siempre esta historia de la cual hoy se escribe la primera parte.