Yo conocí a una dama llamada Tristeza,
de opalina blancura y mirada aviesa;
de quien, al apearse de su calesa,
todos huían con ligereza.
Yo la requebré con una terneza
mitad galante, mitad traviesa,
seducido por su encanto de princesa persa
que me hacía temblar de pies a cabeza.
Ella clavó en mí sus pupilas con una fijeza
que irisaba sus bellos ojos de un azul turquesa,
anulando mi voluntad a una pavesa,
anudando mi alma a la suya con fiereza.
Moviendo sus labios con viveza
venció mi inicial reticencia,
y perdí el último conato de resistencia
tras rozar mis dedos con tibieza.
Yo conocí a una dama llamada Tristeza,
y casi sin quererlo, me enamoré de ella.
Moraleja:
Nadie quiere para sí la Tristeza
por ser de suyo voluble y futesa,
mas cuando en ti hace presa,
si la razón no te pesa
y de pasión no estás falto,
con un poco de tacto y mucha sutileza
bien puedes trocar tristeza por proeza
y convertir el llanto en poema.
© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.