En estos días la tristeza me embarga,
me sofoca, me aniquila.
Porque estoy sin verte, sin tocarte, sin saber de ti.
La luna ya no se oculta atrás de tu regazo.
Y ese movimiento constante ya no existe.
Ese ir y venir de trenes en vacíos andenes
donde almas subterráneas se agolpaban
intentando como sea conseguir un boleto
para marchar de este mundo en soledad.
Ya no existe, ya no está.
La estación se encuentra vacía, hueca,
deshabitada y llena de tristeza y amargura.
Esos descarnados, vacilantes rostros
aun se arremolinan en mi mente,
procurando confundirme, negando tu presencia.
Y esa imagen que de ti guarde
se diluye entre los vapores de la madrugada,
entre la niebla y la ceniza que en esas escaleras hay.
Ya tu rostro no se mira, ni la madeja de tu negro pelo,
ni tus incontables lunares, ni tus ojos, ni las uñas de tus dedos.
Has estado ausente mucho tiempo de mi vida,
de mis manos que te buscan, de mis labios que te llaman
… de mi mucho suplicar.
Deliberadamente has marchado de mi lado, intentando renunciar:
a mis besos, mis poemas, a una vida junto al mar.
Tu intento de olvidarme es cobardía,
es una fuga masiva de tus nervios y tus manos, de tu vientre y tus ojeras.
Tus palabras, aureola boreal de mentiras,
ya no dicen nada, nada;
no compiten con la forma amorosa en la que aun me miras.
© Armando Cano.