CAPÍTULO 1. Persecución en la calle principal
¡Corran, corran! Se escuchaban los gritos por la avenida principal. Todos se miraban confundidos; unos corrían hacia la derecha, otros hacía la izquierda, otros (los más experimentados) se lanzaban al suelo y Héctor que era un adolescente ingenuo y distraído se quedó inmóvil en el sitio; ni él mismo sabía si fue el miedo quien lo había dejado estático o si eran las ganas de saber lo que pasaba lo que le impedía correr.
Como a cien metros se escuchaban los disparos, eran armas de distintos calibres; aunque Héctor no era un experto en armas de fuego, pudo adivinarlo por el sonido de las detonaciones. Eran distintos, y cada vez sonaban con mayor frecuencia, eso lo había aprendido en la televisión.
Allí parado pudo ver como un hombre corría desesperado, descalzo y con la camisa abierta. Era una camisa blanca, bastante curtida por cierto, la cual dejaba ver claramente su cuerpo delgado, mostrando varios pares de sus costillas.
El hombre corría sudoroso con cara de desesperación, y de vez en cuando giraba hacia atrás el torso y la cabeza, y disparaba su arma para repeler el ataque. A pesar de la delgadez, aquel hombre tenía una gran resistencia para correr, pues según se supo después, la persecución llevaba más de media hora y había comenzado algunas cuadras atrás.
Detrás de aquel hombre, como a cincuenta metros venían otros hombres. Era difícil precisar cuántos eran. Tal vez ocho o nueve, o tal vez más, todos traían un arma de fuego desenfundada y disparaban en plena persecución. Todos llevaban la vista fija en el hombre delgado que corría con la camisa abierta por la calle principal de la barriada.
Héctor parado sin medir riesgos
estaba viendo la persecución,
fue la verdad y no les niego
que eso le causaba conmoción.
Continuará...