Jayme

La Danza de Peru

Sus manos color greda, abiertas besaron el viento en tanto miles de diamantes coronaron su danza embriagada de giros. Torrentes cristalinos encauzaron sobre y bajo su vestido celestes regueros, helados manantiales escurrieron por su piel virgen; y, entonces, una celebración, una alegría emanó de su alma de niña, así tanta felicidad trajo un canto a sus labios, a sus cabellos de carrusel que negros y mojados brillaron bajo un cielo hosco, gris y lluvioso. Sus ojos cerrados tornados al cielo veían las polvorientas calles de su pueblo originario del norte de Chile, de los desiertos secos, huraños fantasmas; mientras sus descalzos pies dibujaban círculos y fantasías no en arenales yertos donde naciera, sino en la tierra húmeda, oscura y pesada; la tierra del valle central entendida en tormentas y aguaceros, en pozas azules como espejos horizontales desparramados por sus campos verdes, rebosantes de todas las multitudes de vidas que nunca había siquiera imaginado. Ahora los curiosos la miraban sin entender ¿quién no huye de la lluvia? ¿por qué no le molestaba la sensación de su ropa pegada a la piel y del frío angustiante? No sabían. No sabían que su danza, la belleza de sus movimientos y de su cuerpo de niña nortina, entallada por el agua era un bautizo; el abrazo de una madre buscada y esperada. 

Peru nunca había visto la lluvia.